sábado, 28 de diciembre de 2013

La Guerra de Crimea

La carga de la Caballería ligera en Balaklava
De todos los conflictos en los que participaron las grandes potencias europeas en el siglo XIX, la Guerra de Crimea es sin duda la más desconocida. Aunque se tiende a culpar a Rusia del inicio de las hostilidades, fue Inglaterra, con su empeño en mantener al Imperio Otomano como un tapón entre Rusia y el Mediterráneo, quien realmente desencadenó la guerra.

Rusia siempre ha tenido (y tendrá) pretensiones expansionistas en los Balcanes, unos territorios que le permitirían la salida al Mediterráneo. Las razones que aducía el Imperio Ruso para reivindicar esos territorios eran el origen eslavo de su población y la religión de éstos, la ortodoxa. Lo cierto es que, a mediados del siglo XIX, vivían dentro del Imperio Otomano 14 millones de cristianos, una mínoria demasiado numerosa con la que Rusia siempre se ha sentido muy ligada. Para el zar Nicolás I era muy importante presentarse como el verdadero protector de estos cristianos, así que solicitó al Imperio Otomano el control de los Santos Lugares (es decir, ser su administrador), pero el Sultán no sólo no le concedió tal honor, sino que se lo otorgó a los franceses.

La respuesta del zar no se hizo esperar, y desplazó un ejército a la frontera con Turquía. Los otomanos vieron el gesto como una agresión y declararon la guerra a Rusia el 23 de octubre de 1853, a pesar de que eran conscientes de que no estaban en condiciones de enfrentarse al Imperio Ruso. Lo mismo sucedía entre los gobiernos occidentales, todos eran conscientes de que el decadente Imperio Otomano no podría contener el empuje de las tropas de Nicolás I, por lo que Inglaterra y Francia decidieron intervenir para apoyar a Turquía. Inglaterra temía que cayeran bajo control ruso los estrechos del Mar de Mármara, lo que permitiría la salida hacia el Mediterráneo de la Armada Rusa, amenazando  las rutas comerciales inglesas a la India. Francia, por su parte, se embarcó en la campaña por el ansia de gloria de su emperador, Napoleón III, que buscaba los laureles que puede conceder una guerra exterior para afianzarse en un trono recientemente conseguido.

Los movimientos 
de tropas aliados
Dada la lejanía del teatro de operaciones, Francia e Inglaterra resolvieron enviar una expedición naval que asestara un golpe contra el corazón del Imperio Ruso. El lugar elegido fue la Península de Crimea, pues en Sebastopol estaba la gran base naval del Mar Negro. Capturando la ciudad, los rusos tendrían que renunciar a sus intenciones de conquista en los Balcanes, pues perderían su principal ruta de abastecimiento en la retaguardia.

El 14 de septiembre de 1854, casi un año después del inicio de la guerra, una fuerza compuesta por soldados ingleses, franceses y turcos desembarca en Crimea. El general al mando de la fuerza combinada es el mariscal inglés Lord Raglan. En un principio parece que los 57.000 soldados aliados debían ser suficientes para enfrentarse a los 40.000 desplegados por Rusia en Crimea. Pronto descubrirían que no sólo se enfrentaban a un ejército enemigo, sino que también tendrían que luchar contra las enfermedades y el frío, para las que no estaban en modo alguno preparados.

Lord Raglan, 
comandante de la
expedición aliada
Tras algunas refriegas iniciales, los aliados tomaron una serie de elevaciones en Balaklava, desde donde se dominaba la ciudad de Sebastopol. La fortuna comenzaba a sonreír a los aliados, pues contaban, por fin, con una posición segura desde la que lanzar un asalto definitivo sobre la ciudad, poniendo fin con ello a la contienda. Sin embargo, la mañana del 25 de octubre se presentaba muy brumosa y, amparados por la niebla, un batallón ruso avanzó sobre Balaklava, desalojando de allí a los turcos que habían instalado sus piezas de artillería. Los aliados huyeron hacia su retaguardia abandonando las alturas de Balaklava mientras eran perseguidos por los rusos. Lo único que pudo contener la acometida rusa fueron 500 Highlanders del 93º regimiento dirigidos por el general Colin Campbell. Es en este momento cuando se acuña un término que pasará a los anales de la historia bélica “la delgada línea roja”, en relación al uniforme rojo de los Highlanders que defendieron su posición ante un número mucho mayor de adversarios.

Gracias al coraje demostrado por las infanterías francesa e inglesa, y a las cargas de los Scots Grey, la caballería pesada de los ingleses, se logró recomponer la situación, afianzando el frente y evitando la ruptura definitiva de la línea aliada. Tras cinco horas de cruentos combates, parecía que por fin habría una pausa para la maltrecha infantería. Sin embargo, lo peor estaba aún por llegar.

La "delgada línea roja". Obra de Robert Gibb
En la pausa, el mando aliado se percató de que los rusos estaban desmantelando los cañones que habían arrebatado a los turcos en las colinas de Balaklava para llevarlos hasta sus líneas. Lord Raglan comprendió, con razón, que eso reforzaría mucho la potencia artillera del enemigo, inclinando la balanza de su lado en sucesivos combates. En consecuencia, ordenó a la caballería ligera que cargase sobre esas colinas y evitase que el ejército ruso transportase los cañones turcos hasta sus líneas. Sin embargo, un error en la transmisión de las órdenes hizo que la caballería ligera no se dirigiese contra aquella posición, sino contra las colinas donde se encontraba el grueso de la artillería rusa, compuesta por 30 piezas de gran calibre.

El atónito comandante de la caballería ligera, Lord Cardigan, asintió resignado ante las órdenes y pasó revista a sus hombres. Contaba con 673 jinetes que formaron en tres líneas. En la primera formaron los Dragones Ligeros y el 17º Regimiento de Lanceros; en la segunda línea, el 11º Regimiento de Húsares; y, en la tercera, el 8º Regimiento de Húsares y el 4º Regimiento de Dragones Ligeros. La caballería pesada estaba exhausta tras haber participado en los combates anteriores, por lo que no se involucraría en esta acción. Lord Cardigan marchó en todo momento al frente, ordenando que ningún jinete le rebasara en la galopada.

El "valle de la muerte" fotografiado en 1855.
Todavía se ven los proyectiles 
de los morteros.
Los jinetes marcharon primero al paso, y más tarde al trote, hasta acercarse a distancia de tiro de la artillería rusa. A mitad de camino, cuando aún les faltaban 1.200 metros de llanura antes de llegar a las posiciones rusas, las bocas de los cañones abrieron fuego. Decenas de jinetes y caballos cayeron abatidos. Al polvo de la cabalgada se unía ahora el humo de la pólvora. Envueltos por ella, los jinetes siguieron avanzando mientras más y más de ellos caían ante la eficacia de los artilleros rusos. Finalmente, entre gran estrépito, los escasos supervivientes cargaron contra las filas rusas. El ímpetu inicial se vio frenado cuando Lord Cardigan se percató de la llegada de la caballería cosaca, el ataque se convirtió entonces en una desesperada huida con los sables cosacos acosando a los supervivientes. De los 673 caballeros que participaron en la carga de la caballería ligera, únicamente sobrevivieron 195. En apenas veinte minutos, quedaron tendidos sobre el campo de batalla 478 jinetes. Desde entonces, la llanura de Balaklava se conoce con el nombre de “valle de la muerte”.

La guerra continuó varios meses más, hasta que en 1855, la muerte de Nicolás I dio paso al reinado de Alejandro II, que se avino a firmar la paz con los aliados. En occidente, el conflicto fue pronto olvidado, pues la actuación de los aliados no había sido muy notable, sin embargo, siempre quedará para el recuerdo la heroica carga de la Caballería Ligera. 

Los supervivientes de la carga en Balaklava.

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