jueves, 5 de diciembre de 2013

Isabel II: La boda de una reina

Retrato de Isabel II con su hija, la infanta Isabel.


Contaba Isabel con quince años cuando se tomó la decisión de que había que casarla. En realidad esa cuestión se había planteado en cuanto accedió al trono, pero fue en 1845 cuando se aprecian los primeros movimientos significativos.

Coincidiendo con la vuelta de María Cristina y una nueva recaída de Isabel, madre e hija viajaron hasta Cataluña, a Las Caldas, para que esta última tomara sus necesarios baños. De ahí, se trasladaron a San Sebastián, pasando por Zaragoza y Pamplona. Fue aquí donde María Cristina se reunió con los duques de Nemours y Aumale, hijos del rey Luis Felipe de Francia con quien la Reina Madre entabló una estrecha amistad durante su estancia en París. El motivo del tal reunión no era otro que el de organizar el matrimonio de Luisa Fernanda, la hija menor de María Cristina, con el duque de Montpensier, hijo de Luis Felipe.

Esto sucedía después de que en Eu (Francia) se hubieran reunido los reyes francés e inglés para decidir el futuro matrimonial de Isabel. Inglaterra sólo consentiría el matrimonio de Isabel con un descendiente de Felipe V, no pudiendo casarse con un hijo del rey de Francia ni con un Coburgo. Por otro lado, Luisa Fernanda sólo podría casarse con Montpensier una vez que Isabel tuviera descendencia.

María Cristina no se rinde y a partir de este momento empiezan a buscarse candidatos para elegir el que más convenga a la madre, que no a la hija.

Jaime Balmes escribió en El pensamiento de la nación un artículo en el que presentaba un buen candidato, defendido por otros filósofos y políticos y que podría acabar con el problema dinástico, y que no era otro que Carlos Luis, conde de Montemolín (el Carlos VI de los carlistas). La consecución de este matrimonio no era nada fácil ya que tendrían que cumplirse una serie de requisitos. Para empezar, el infante don Carlos debía abdicar en favor de su hijo y que éste aceptara el matrimonio, y por si fuera poco, que se aceptara que la reina era Isabel y Montemolín el consorte. Eran éstas demasiadas demandas para ser toleradas por la corte carlista de Trieste e Isabel tenía otros reparos, como los defectos físicos de Montemolín, llegando a decir que nunca se casaría con un bisojo.

Sin embargo, si este pretendiente no triunfó no fue porque Isabel lo quisiera, sino porque no entraba en los planes de su madre y los moderados, aunque tuviera grandes defensores, como el papa Gregorio XVI.

El candidato propuesto por Cristina fue Francisco de Paula de Borbón-Sicilia, conde de Trápani, que era a la vez tío y primo carnal de Isabel y que había enviudado recientemente al morir Luisa Carlota. Este candidato tampoco triunfó a pesar de la insistencia de María Cristina, entre otras cosas, porque era sumamente impopular: no lo aceptaban los políticos y tampoco lo aceptaría el pueblo.

Y entre un candidato y otro, surgirían las discrepancias en el seno del partido moderado, donde los políticos irán dimitiendo o siendo llamados uno tras otro según se le antoje a Cristina y según respalden o no a su candidato de turno.

Una vez abandonada la idea de Trápani, María Cristina se fija en Leopoldo de Sajonia-Coburgo, sobrino del rey de Bélgica, primo de Alberto, el marido de Victoria de Inglaterra y que es a la vez hermano del rey Fernando de Portugal. Éste sería un candidato aceptado por Inglaterra –no sin esfuerzo–, pero no así por Francia, y María Cristina siempre se había sentido muy cercana a Luis Felipe y no le dará la espalda en este asunto.

Llegados a este punto, sólo le quedan a María Cristina dos opciones, aquellas que había querido evitar desde el principio y que la llevaban a rendirse a la voluntad de su hermana Luisa Carlota y que sin embargo contaban con la aprobación del rey de Francia, que quería un Borbón en el trono de España sin importar cual.

Ahora Luisa Carlota había fallecido, pero las cosas no habían cambiado porque hacía ya años que María Cristina y su hermana habían dejado atrás la estrecha relación que las caracterizó a su llegada a España. En virtud de aquella proximidad, María Cristina y su hermana habían llegado a un acuerdo, que claramente favorecía a ésta, y que consistía en el matrimonio de Isabel con alguno de sus primos Enrique o Francisco de Asís. Luisa Carlota se había asegurado de que su plan funcionara e incluso consiguió que María Cristina lo pusiera por escrito.

María Cristina, madre de Isabel II

El problema es que tras su estancia en París, María Cristina había cambiado de opinión y no estaba dispuesta a permitir tal unión, sobre todo después de enterarse de los movimientos de su hermana, que quizás iban en la dirección de conseguir la Regencia durante algún tiempo.

De entre los dos hermanos, Enrique, duque de Sevilla, era el que tenía menos posibilidades de ser elegido, ya que además de progresista era defendido por los ingleses, aunque era de los dos el que menos disgustaba a Isabel.

Al final, no quedó otra opción que aceptar a Francisco de Asís, duque de Cádiz, considerado incapaz y amanerado en las cortes europeas y que triunfó porque reunía un mérito que no tenía ninguno de los otros candidatos: no gustar a nadie. Famosa es la frase de Isabel en la que declaraba que con Paquita de ninguna manera, llegando a llorar y patalear al serle comunicada la noticia, prefiriendo incluso abdicar. Tampoco su madre estaba conforme con el candidato, al que años después, al ver que el matrimonio era un fracaso, acusará de no merecer a su hija. Ni siquiera era una buena opción para los ingleses, que lo consideraban imposibilitado física y moralmente para hacer la felicidad privada de su majestad y la de la nación española. Pero aun así hubo boda.


Sin embargo, Francisco de Asís no triunfó por sus méritos o no méritos en este caso, sino por su ambición y ansia de poder, lo que le llevó a solicitar un préstamo al banquero francés Fermín Tastet por valor de ocho millones de francos, que sería devuelto una vez que se realizara su matrimonio con Isabel, y destinado a sobornar a unos cuantos personajes para que lo apoyaran, entre los que se encontraban sor Patrocinio. Además, hay que contar con el definitivo apoyo de Luis Felipe, que esperaba que éste matrimonio fracasara y su hijo Montpensier accediera al trono y la no menos indiscutible resolución de María Cristina, que nunca se replanteó el matrimonio de su hija menor y consintió por ello la infelicidad de Isabel.

A pesar de todo el enredo creado a partir de la reunión de Eu, las disposiciones allí acordadas no fueron respetadas desde el primer momento: Luisa Fernanda y Montpensier no sólo no esperaron a que Isabel tuviera descendencia, sino que se casaron el mismo día que ella, lo que lleva a pensar que el matrimonio de Isabel con Francisco de Asís no intentaba evitar el temido enfrentamiento con Inglaterra.

La doble boda tuvo lugar el 10 de octubre de 1846, con María Cristina como madrina de ambas. Francisco de Paula fue el padrino de Isabel y el duque de Aumale el de Luisa Fernanda. Las celebraciones, que se extendieron por todo Madrid e hicieron que el pueblo se echara a la calle, duraron diez días y la luna de miel se desarrolló entre El Escorial y La Granja.



Isabel II y Francisco de Asís el día de su boda.

1 comentario:

  1. Chicos, me encanta vustro blog y este post en particular. Espero que continueis publicando este tipo de entradas para darnos a conocer a las grandes protagonistas de la historia.

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