Retrato de Isabel II con su hija, la infanta Isabel. |
Contaba Isabel con quince años cuando se tomó la decisión de
que había que casarla. En realidad esa cuestión se había planteado en cuanto
accedió al trono, pero fue en 1845 cuando se aprecian los primeros movimientos
significativos.
Coincidiendo con la vuelta de María Cristina y una nueva recaída
de Isabel, madre e hija viajaron hasta Cataluña, a Las Caldas, para que esta
última tomara sus necesarios baños. De ahí, se trasladaron a San Sebastián,
pasando por Zaragoza y Pamplona. Fue aquí donde María Cristina se reunió con
los duques de Nemours y Aumale, hijos del rey Luis Felipe de Francia con quien
la Reina Madre entabló una estrecha amistad durante su estancia en París. El
motivo del tal reunión no era otro que el de organizar el matrimonio de Luisa Fernanda,
la hija menor de María Cristina, con el duque de Montpensier, hijo de Luis Felipe.
Esto sucedía después de que en Eu (Francia) se hubieran
reunido los reyes francés e inglés para decidir el futuro matrimonial de
Isabel. Inglaterra sólo consentiría el matrimonio de Isabel con un descendiente
de Felipe V, no pudiendo casarse con un hijo del rey de Francia ni con un
Coburgo. Por otro lado, Luisa Fernanda sólo podría casarse con Montpensier una
vez que Isabel tuviera descendencia.
María Cristina no se rinde y a partir de este momento
empiezan a buscarse candidatos para elegir el que más convenga a la madre, que
no a la hija.
Jaime Balmes escribió en El pensamiento de la nación un artículo en el que presentaba un buen
candidato, defendido por otros filósofos y políticos y que podría acabar con el
problema dinástico, y que no era otro que Carlos Luis, conde de Montemolín (el
Carlos VI de los carlistas). La consecución de este matrimonio no era nada
fácil ya que tendrían que cumplirse una serie de requisitos. Para empezar, el
infante don Carlos debía abdicar en favor de su hijo y que éste aceptara el
matrimonio, y por si fuera poco, que se aceptara que la reina era Isabel y
Montemolín el consorte. Eran éstas demasiadas demandas para ser toleradas por
la corte carlista de Trieste e Isabel
tenía otros reparos, como los defectos físicos de Montemolín, llegando a decir
que nunca se casaría con un bisojo.
Sin embargo, si este pretendiente no triunfó no fue porque
Isabel lo quisiera, sino porque no entraba en los planes de su madre y los
moderados, aunque tuviera grandes defensores, como el papa Gregorio XVI.
El candidato propuesto por Cristina fue Francisco de Paula de Borbón-Sicilia, conde de Trápani, que era a la vez tío y primo carnal de
Isabel y que había enviudado recientemente al morir Luisa Carlota. Este
candidato tampoco triunfó a pesar de la insistencia de María Cristina, entre
otras cosas, porque era sumamente impopular: no lo aceptaban los políticos y
tampoco lo aceptaría el pueblo.
Y entre un candidato y otro, surgirían las discrepancias en
el seno del partido moderado, donde los políticos irán dimitiendo o siendo
llamados uno tras otro según se le antoje a Cristina y según respalden o no a
su candidato de turno.
Una vez abandonada la idea de Trápani, María Cristina se
fija en Leopoldo de Sajonia-Coburgo, sobrino del rey de Bélgica, primo de
Alberto, el marido de Victoria de Inglaterra y que es a la vez hermano del rey
Fernando de Portugal. Éste sería un candidato aceptado por Inglaterra –no sin
esfuerzo–, pero no así por Francia, y María Cristina siempre se había sentido
muy cercana a Luis Felipe y no le dará la espalda en este asunto.
Llegados a este punto, sólo le quedan a María Cristina dos
opciones, aquellas que había querido evitar desde el principio y que la
llevaban a rendirse a la voluntad de su hermana Luisa Carlota y que sin embargo
contaban con la aprobación del rey de Francia, que quería un Borbón en el trono
de España sin importar cual.
Ahora Luisa Carlota había fallecido, pero las cosas no
habían cambiado porque hacía ya años que María Cristina y su hermana habían
dejado atrás la estrecha relación que las caracterizó a su llegada a España. En
virtud de aquella proximidad, María Cristina y su hermana habían llegado a un
acuerdo, que claramente favorecía a ésta, y que consistía en el matrimonio de
Isabel con alguno de sus primos Enrique o Francisco de Asís. Luisa Carlota se
había asegurado de que su plan funcionara e incluso consiguió que María
Cristina lo pusiera por escrito.
María Cristina, madre de Isabel II |
El problema es que tras su estancia en París, María Cristina
había cambiado de opinión y no estaba dispuesta a permitir tal unión, sobre
todo después de enterarse de los movimientos de su hermana, que quizás iban en
la dirección de conseguir la Regencia durante algún tiempo.
De entre los dos hermanos, Enrique, duque de Sevilla, era el
que tenía menos posibilidades de ser elegido, ya que además de progresista era
defendido por los ingleses, aunque era de los dos el que menos disgustaba a
Isabel.
Al final, no quedó otra opción que aceptar a Francisco de Asís, duque de Cádiz, considerado incapaz y amanerado en las cortes europeas y
que triunfó porque reunía un mérito que
no tenía ninguno de los otros candidatos: no gustar a nadie.
Famosa es la frase de Isabel en la que declaraba que con Paquita de ninguna manera, llegando a llorar y patalear al
serle comunicada la noticia, prefiriendo incluso abdicar. Tampoco su madre
estaba conforme con el candidato, al que años después, al ver que el matrimonio
era un fracaso, acusará de no merecer a su hija. Ni siquiera era una buena
opción para los ingleses, que lo consideraban imposibilitado física y moralmente para hacer la felicidad privada de
su majestad y la de la nación española.
Pero aun así hubo boda.
Sin embargo, Francisco de Asís no triunfó por sus méritos o
no méritos en este caso, sino por su ambición y ansia de poder, lo que le llevó
a solicitar un préstamo al banquero francés Fermín Tastet por valor de ocho
millones de francos, que sería devuelto una vez que se realizara su matrimonio
con Isabel, y destinado a sobornar a unos cuantos personajes para que lo
apoyaran, entre los que se encontraban sor Patrocinio.
Además, hay que contar con el definitivo apoyo de Luis Felipe, que esperaba que
éste matrimonio fracasara y su hijo Montpensier accediera al trono y la no
menos indiscutible resolución de María Cristina, que nunca se replanteó el
matrimonio de su hija menor y consintió por ello la infelicidad de Isabel.
A pesar de todo el enredo creado a partir de la reunión de
Eu, las disposiciones allí acordadas no fueron respetadas desde el primer
momento: Luisa Fernanda y Montpensier no sólo no esperaron a que Isabel tuviera
descendencia, sino que se casaron el mismo día que ella, lo que lleva a pensar
que el matrimonio de Isabel con Francisco de Asís no intentaba evitar el temido
enfrentamiento con Inglaterra.
La doble boda tuvo lugar el 10 de octubre de 1846, con María
Cristina como madrina de ambas. Francisco de Paula fue el padrino de Isabel y
el duque de Aumale el de Luisa Fernanda. Las celebraciones, que se extendieron
por todo Madrid e hicieron que el pueblo se echara a la calle, duraron diez
días y la luna de miel se desarrolló entre El Escorial y La Granja.
Chicos, me encanta vustro blog y este post en particular. Espero que continueis publicando este tipo de entradas para darnos a conocer a las grandes protagonistas de la historia.
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