martes, 31 de diciembre de 2013

Victoria, el alma del imperio. Capítulo 5: el final de una época.

Victoria en 1897, año en que celebró
su jubileo de diamante.

El Imperio Británico fue uno de los más extensos de la Historia y fue precisamente en tiempos de Victoria cuando aumentó considerablemente, debiendo otorgarse un papel destacado a la figura Primer Ministro Disraeli. Fue bajo su gobierno cuando se produjo la anexión de las Fiji en 1874, inaugurándose la penetración inglesa en Oceanía y al año siguiente, con la adquisición del 40% de las acciones del Canal de Suez se aseguraban los intereses británicos en el Mediterráneo.

Victoria recibe al Primer Ministro
Disraeli en Osborne House.
En 1876 Disraeli otorgó a Victoria el título de  Emperatriz de la India: 19 años atrás, la Revuelta de los cipayos provocó que la Compañía de las Indias Orientales perdiera sus funciones administrativas sobre aquellos territorios y éstos pasaran a manos de la Corona, convirtiéndose formalmente en colonia británica.

Durante el Congreso de Berlín de 1878, se mostró claramente su intención de engrandecer el Imperio Británico y por ello desarrolló una serie de políticas internacionales sumamente agresivas, nunca antes vistas en el Reino Unido. Sin embargo, las derrotas en las guerras contra afganos (1878-1879) y zulúes (1879) provocó en el país un sentimiento de malestar hacia las políticas extremistas de los conservadores, agravado por la crisis agrícola y financiera que amenazaba al reino. Así, en 1880, Gladstone llevó a los liberales de nuevo al poder.

Victoria con el marido y las hijas
 de la difunta Alicia, incluida la futura
 zarina Alexandra (arrodillada,
a la derecha), en 1879.
A pesar de sus éxitos en política internacional, Victoria recibía otro duro golpe del destino. El 14 de diciembre de 1878, en el aniversario de la muerte de Alberto, su amado esposo, moría su hija Alicia a causa de difteria. No sería ésta la última pérdida que sufriría la Reina: en 1881 fallecía su querido Disraeli y dos años después, John Brown, antiguo ayudante del príncipe Alberto que se había convertido en su criado personal, y del que dicen que Victoria se enamoró, llegando incluso a casarse con él en secreto. Por si esto fuera poco, en 1884 moría su hijo Leopoldo, víctima de la hemofilia.

Entretanto, Victoria sobrevivió a su séptimo (y último) atentado: Roderick McLean, un reputado poeta de la época, se había sentido ofendido por la Reina y disparó contra ella a su salida de Windsor. Corría el año 1882 y lo más destacado del incidente fue que unos jóvenes que presenciaron el ataque se abalanzaron contra el agresor, propiciando su detención, lo cual daba buena cuenta de que la simpatía de su pueblo hacia la Reina iba en aumento. No se puede decir lo mismo del gobierno: Victoria y un número cada vez mayor de sus súbditos desconfiaban de Gladstone y sus ministros en un momento en que el liberalismo estaba desacreditado.

Victoria, a caballo, con
John Brown en Balmoral (1863)
En 1886 lord Salisbury ocupaba el cargo de Primer Ministro al tiempo que la actitud de Victoria empezaba a cambiar y abandonaba su reclusión, realizando numerosos actos públicos. La figura de Alberto seguía estando muy presente para la Reina (que desde la muerte de su marido y durante casi 30 años ordenó que cada día se preparara la ropa sobre su cama, tal y como se hacía en vida), pero su dolor se hizo menos angustioso y evidente. Así ocurrió por ejemplo en 1887 durante la celebración del jubileo de oro que conmemoraba sus cincuenta años en el trono, o en 1897, cuando habiendo superado a su abuelo Jorge III como el monarca que más tiempo ocupó el trono británico se celebró el jubileo de diamante que conmemoraba el 60º aniversario de su coronación. En ambas ocasiones se celebró una gran fiesta en la que estuvieron presentes numerosos miembros de diversas Casas Reales europeas en la que el pueblo mostró el amor que sentía por su Reina.

Durante los últimos años de su reinado, y a pesar de algún que otro contratiempo en materia de salud, Victoria dio muestras de una increíble fortaleza y tenacidad, y no sería hasta 1900 cuando se apreciaron signos inequívocos de una decadencia física generalizada. A pesar de ello, con la muerte en 1865 de su tío el rey Leopoldo de Bélgica, Victoria se había convertido en consejera y núcleo central de una gran familia cuyos miembros estaban vinculados a las principales Casas Reales de toda Europa, con gran esfuerzo por su parte, y gracias a lo que fue apodada “la abuela de Europa”.  

Ilustración en la que aparece Victoria con
su descendencia: 9 hijos y 42 nietos.
Su primogénita, Victoria, se casó con el príncipe heredero Federico de Prusia y entre sus hijos están Guillermo II de Alemania y Sofía, reina en Grecia. Eduardo, su sucesor en el trono británico, se casó con Alejandra de Dinamarca y junto a Jorge V del Reino Unido, su hija Maud reinó en Noruega. Alicia se desposó con Luis IV de Hesse-Darmstadt y su hija Alejandra fue la última zarina de Rusia. Alfredo y María Alexandrovna de Rusia fueron padres de María, reina de Rumanía. Elena se casó con Cristian de Schleswig-Holstein y Luisa con John George Campbell. Arturo se unió  a Luisa Margarita de Prusia y Leopoldo a Elena de Waldeck-Pyrmont. Finalmente, Beatriz se casó con Enrique de Battenberg y su hija Victoria Eugenia fue reina de España.

Cortejo fúnebre, 1901.
Así las cosas, el 22 de enero de 1901, tras más de 63 años de reinado, Victoria, reina del Reino Unido y emperatriz de la India, fallecía en Osborne House, en la Isla de Whigt a los 81 años. Antes, había vivido de nuevo la pérdida de un hijo, Alfredo (1900). Sucedida en el trono por su hijo Eduardo VII (que reinó menos de diez años), con su muerte se ponía fin también a una época de cambios y avances tecnológicos (a pesar de la escasa preocupación que Victoria había mostrado por ellos) y una parte de la población británica quedaba huérfana, pues la mayoría no había conocido una época en la que ella no llevara las riendas de la Corona. Terca y apasionada, supo granjearse el respeto y el afecto de su pueblo, que la despidió en su funeral, celebrado el 2 de febrero de 1901 en la capilla de San Jorge, en el Castillo de Windsor. Fue enterrada junto a Alberto, en el mausoleo de Frogmore.


Y para finalizar, aquí tenéis una timeline interactiva sobre la Historia Británica (en inglés, redirige a la página http://www.bbc.co.uk)

Historia británica: época victoriana, 1937-1901
Historia británica: época victoriana (1837-1901)


domingo, 29 de diciembre de 2013

Cine: Los gritos del silencio

Cartel de la película
Pocos personajes han sido capaces de generar tanta destrucción y muerte en tan poco tiempo como Saloth Sar, más conocido como Pol Pot. Tras una cruenta guerra civil suscitada al calor de la Guerra de Vietnam, el Jemer Rojo, una guerrilla comunista surgida una década atrás, tomaba la capital de Camboya e imponía un régimen comunista de corte maoísta que durante sus cinco años de vida (1975-1979) fue capaz de hacer desaparecer a un cuarto de la población del país. El responsable de esta matanza, conocida como el genocidio camboyano, no fue otro que el antes citado Pol Pot.

Los despiadados jemeres rojos
Lo cierto es que Camboya había sido un país tranquilo y estable hasta finales de la década de 1960. Los franceses habían dejado una incipiente industria del caucho dedicada a la exportación, mientras el grueso de la población continuaba viviendo del cultivo del arroz, especialmente prolífico gracias a que el país es atravesado por el río Mekong. Pero la guerra del Vietnam no tardó en extenderse a los países vecinos, Laos y Camboya, que pronto vieron cómo se instauraban guerrillas comunistas que, apoyadas por China, consiguieron vencer e imponer su sistema político.

Los gritos del silencio, titulada en versión original The Killing Fields (Los campos de la muerte) está ambientada en los últimos meses de la guerra civil camboyana, narrando vívidamente cómo fue la entrada triunfal de los jemeres rojos en la capital del país y las matanzas que siguieron a la instauración del comunismo.

Los campos de la muerte
La película trata de recrear la historia verídica de Sydney Schanberg y Dith Pran. El primero es un reportero del New York Times que obtiene un buen número de exclusivas gracias a la ayuda de Dith Pran, que le sirve de fotógrafo, guía e intérprete. Juntos forman un equipo periodístico capaz de llegar a lugares vedados para otros periodistas, como sucede durante el bombardeo de Neak Luong. Más tarde, con la llegada del Jemer Rojo, los pocos occidentales que residen en el país se refugian en las embajadas occidentales tratando de huir de la persecución a la que someten los guerrilleros comunistas a todos aquellos que pertenecen a la clase media. Las embajadas pronto se ven atestadas de gente que, en muchos casos, no tienen un pasaporte para salir del país. Es el caso de Dith Pran, al que Schanberg y Al Rockoff tratan de ayudar falsificando un pasaporte. Sin embargo, todos sus intentos son en vano, y Pran debe resignarse a ser capturado y encarcelado en un campo de trabajos forzosos. Mientras tanto, en Estados Unidos, Schanberg, que trata por todos los medios de localizar al desaparecido Pran, recibe el Premio Pulitzer en 1976. Finalmente, Pran consigue escapar de su cautiverio, y es entonces cuando se da cuenta de la desolación del país: en su viaje hasta la frontera tailandesa debe atravesar campos devastados cubiertos por miles de cadáveres.

Dith Pran y Sydney Schanberg,
cuya historia inspira la película
La película fue dirigida por Roland Joffé a instancias de David Puttnam. Ambos habían trabajado juntos en Carros de fuego y cuando a Puttnam le llegó el guión de Los gritos del silencio le preguntó a Roland Joffé qué le parecía. Estuvieron de acuerdo en que era un guión excelente que debía ser llevado al cine, siempre y cuando no sirviera para relatar una historia bélica, sino la historia de amistad entre Schanberg y Pran. En principio, Joffé mostró muchas reticencias a encargarse de la dirección, pues nunca había dirigido una película, pero la insistencia de Puttnam, acompañada de su asesoramiento, fue suficiente para convencerle. El guión estaba basado en una obra titulada Haing Ngor: a cambodian Odyssey, donde el autor (que luego encarnará a Dith Pran) contaba sus peripecias huyendo del jemer rojo.

En 1983 todo el equipo se desplazó hasta Tailandia, escenario habitual para rodar películas ambientadas en el Sudeste Asiático. Tailandia era siempre el lugar adecuado por una razón muy simple: el resto de países del entorno (Vietnam, Laos, Camboya, Birmania) se encontraban bajo regímenes comunistas. Tailandia constituía una isla monárquica y pro occidental en la que, además, se podía encontrar un buen número de refugiados de los países vecinos, que se podían utilizar en los rodajes.

Haing Ngor y Sam Waterston
Los protagonistas elegidos para dar vida a Schanberg y Pran fueron Sam Waterston y Haing Ngor respectivamente. Entre el elenco de actores secundarios encontramos a John Malkovich (Al Rockoff) y Julian Sands (John Swain). El estreno tuvo lugar en 1984, y fue rápidamente un éxito de crítica, no tanto de público, que esperaba encontrar una cinta bélica. Obtuvo siete nominaciones a los Óscar, recibiendo los de Mejor Actor Secundario (Haing Ngor), Montaje y Fotografía. También fue galardonada con ocho premios BAFTA de un total de trece nominaciones.

Julian Sands y John Malkovich
Muchas de las escenas de la película muestran la incoherencia de los guerrilleros comunistas: mientras tratan de eliminar a la clase media, no dudan en aceptar sobornos en forma de dinero o joyas; también se muestra la oposición entre la hambruna que vive la ciudad de Phnom Penh (la capital) y las cajas y cajas de Coca Cola (uno de los productos capitalistas por excelencia) que consumen los jemeres rojos.

La música de la película fue encargada a Mike Oldfield, quien en principio trató de crear una banda sonora uniforme que identificara el filme. Sin embargo, tras seis meses de trabajo, la banda sonora fue rechazada, tanto por Roland Joffé, como por David Puttnam. En su lugar, Mike Oldfield trabajó durante varios meses más para realizar una serie de composiciones adaptadas a las diferentes secuencias de la película. Lejos de perder el carácter que toda banda sonora imprime, se ganó en emotividad, pues Oldfield creó una música que consigue trasportar al espectador a los campos de exterminio camboyanos. Algunas de las composiciones (entre las que destacan the year zero, execution, capture o bad news) aumentan enormemente la carga de tensión del filme, haciendo que las escenas cobren mayor fuerza visual.

Una película extraordinaria que consigue trasladar al espectador al depauperado Sudeste Asiático, haciendo que se olvide de la estereotipada imagen de las playas cristalinas y los románticos templos perdidos en las profundidades de junglas y manglares.



Manfred von Richthofen, el Barón Rojo

El Barón Rojo, 
un héroe de leyenda
En todas las guerras surgen héroes y villanos, personajes que son capaces de realizar los actos más sublimes de heroísmo o de cometer las más terribles atrocidades. Los héroes por antonomasia de la I Guerra Mundial son, sin lugar a dudas, los ases de la aviación, personajes ensalzados por los suyos y respetados por el enemigo. Entre todos ellos descuella la egregia figura de Manfred von Richthofen, más conocido por su apodo de batalla, el Barón Rojo.

Manfred nació en Breslau, capital de Silesia, el 2 de mayo de 1892. Fue el mayor de tres hermanos, convirtiéndose por tanto en el heredero del título familiar, pues provenía de una aristocrática familia de terratenientes. Tratando de emular a su padre, que había pertenecido a la caballería prusiana, Manfred se incorporó en 1909 a la Academia Militar, donde alcanzó el grado de teniente del Primer Regimiento de Ulanos. En 1914, con el estallido de la Gran Guerra, su unidad fue movilizada hacia el frente occidental. Pero pronto quedó constatada la inoperancia de la caballería en el nuevo estilo de guerra: trincheras, alambradas y ametralladoras impedían que la caballería se emplease como antaño, por lo que el regimiento de Manfred fue destinado a la intendencia de los soldados del frente y a servir como enlace.

Derribando a un enemigo
Hastiado por la rutina de una vida carente de emoción, von Richthofen pidió su traslado a la Fuerza Aérea Imperial. Le fascinaban aquellos aparatos que elevaban al hombre a los cielos, donde se batían en duelos mortales con sus oponentes. Tras el preceptivo paso por la Academia de pilotos, donde no mostró grandes cualidades, fue destinado al Frente Oriental con la misión de llevar a cabo patrullas de reconocimiento, sin ninguna posibilidad de entrar en combate, pues los rusos carecían de unidades aéreas.

Los duelos aéreos eran contemplados por los aburridos soldados de tierra desde las trincheras, lanzando vítores y animando a los suyos. La antigua caballería había sido reemplazada por la caballería del aire, y sus combates se convirtieron en auténticas justas.

Manfred von Richthofen
 con la
cruz Pour le Mérite
Sin embargo, muy pronto, su vida iba a cambiar. En el otoño de 1915 conoció a Oswald Boelcke, el gran as de la aviación alemana en aquellos tiempos. Boelcke le convenció para que le acompañara al Frente Occidental y se incorporara a su escuadrón de cazas de combate. Manfred le hizo caso, y en abril de 1916 derribó su primer avión enemigo. Desde entonces, no cesaría de acumular méritos y honores en su expediente militar, convirtiéndose en el lugarteniente más capaz de Boelcke. Manfred y su biplano Albatros, parecían uno solo. En octubre falleció Boelcke, y Manfred fue patrocinado para ocupar la posición del que hasta entonces fuera su maestro. Boelcke acumulaba 40 victorias, y Manfred prometió que superaría la cifra del que, hasta entonces, era el mejor piloto de la guerra. Sin la tutela de nadie, von Richthofen se sintió libre para realizar todas las acciones que hasta entonces no le habían sido permitidas, derribando cada vez a más y más enemigos. Poco después de la muerte de Boelcke obtuvo su 11ª victoria al derribar a Lanoe Hawker, un as de la aviación británica.

En enero recibió la Cruz Pour le Mérite, la más alta distinción del Ejército Alemán. También por esa época fue trasladado de unidad, otorgándosele el mando de la Jasta 11, una unidad poco eficaz. La llegada de von Richthofen revolucionó a la Jasta 11: ordenó pintar su avión de rojo para que el enemigo supiera con quién se enfrentaba, imprimió disciplina a sus hombres y les infundió coraje al relatarles sus hazañas. Fue en ese momento cuando adquirió su famoso sobrenombre, por su origen noble y el color de su avión. Los resultados comenzaron a cambiar, y el Jasta 11 se convirtió en la unidad más temida por franceses e ingleses, que pusieron un precio de 5.000 libras a la cabeza del petit rouge. Para confundir al enemigo, los hombres del Jasta 11 pintaron sus aviones de colores. Fue el llamado "circo volante" del Barón Rojo.

Los componentes del Jasta 11
En la primavera de 1917, von Richthofen recibió el mando del primer ala de cazas de la historia, comandando los Jasta 4, 6, 10 y 11. En un año, consiguieron 644 victorias con la pérdida de sólo 56 aparatos. Sin embargo, el 7 de julio el Barón Rojo fue gravemente herido en la cabeza. El Alto Mando alemán pensó en retirarle definitivamente para conservar viva su leyenda, pero Manfred se negó en rotundo. Sin haberse recuperado del todo, y con la cabeza vendada, no tardó en reincorporarse.

Los hombres comprendieron que su líder era un auténtico héroe, un ejemplo de entrega y combatividad, por lo que comenzaron a imitarle. Por eso en esta época, la nómina de ases de la aviación alemana creció enormemente entre los discípulos de Manfred von Richthofen. El 20 de abril de 1918 el Barón Rojo consiguió su 80º victoria. Había duplicado la cifra alcanzada por Boelcke.

El 21 de abril realizaría su última misión. En una ronda de reconocimiento su unidad se encontró con una escuadrilla enemiga. Mientras perseguía un avión enemigo, no se percató de la presencia de un avión a su cola y fue derribado. Eso fue al menos lo que pareció al principio, sin embargo, más tarde se supo que Manfred von Richthofen fue derribado por el fuego antiaéreo, y no por el avión del capitán Roy Brown.

El último duelo de 
von Richthofen
Su aparato cayó en las líneas francesas, donde fue enterrado con todos los honores, como si se tratase de uno de los suyos. En la lápida del Barón Rojo grabaron la siguiente inscripción: Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz.

Los hombres formados por von Richthofen continuaron luchando, convirtiéndose en auténticos ases. Algunos de sus discípulos se hicieron tremendamente populares, como su hermano Lothar o Hermann Göring, que llegará a ser Ministro del III Reich.

El "circo volante"

Inquilinas de la Casa Blanca: Eleanor Roosevelt

Eleanor Roosevelt
Eleanor Roosevelt es, casi con certeza, la Primera Dama que más simpatía despierta en los Estados Unidos. Junto a su marido, vivió una de las épocas más difíciles de los Estados Unidos, siendo siempre un ejemplo de dedicación y trabajo para millones de mujeres que se esforzaron en emularla.

Nacida en Nueva York en 1884, conoció a Franklin Roosevelt en 1902, y tras mantener un romance secreto durante un año (hay que tener en cuenta que eran primos en quinto grado, y que el Presidente de entonces, Theodore Roosevelt, era pariente de ambos), y contrajeron matrimonio a pesar de la oposición de la familia. El ya matrimonio Roosevelt, que tendría cinco hijos, comenzaba a dar muestra de una fuerza y una tenacidad que les haría sobreponerse a cualquier vicisitud.

Los Roosevelt con sus trece nietos,
enero de 1945
Además del cuidado de los hijos, Eleanor comenzó pronto a interesarse por la política. Fue una ferviente defensora de los derechos de la mujer, escribió libros, pronunció conferencias y trató de hacer llegar su voz y su mensaje a todos los rincones de la nación.

Practicando una de sus 
aficiones preferidas, el tiro.
Más tarde, todas las personas que conocieron a Eleanor Roosevelt en sus años como Primera Dama de los Estados Unidos de América, coinciden en afirmar que era una mujer constantemente ocupada. Iba caminando a todos sitios, o mejor dicho, corriendo. Cuando se encontraba en Washington era frecuente encontrársela por la calle, pues caminaba todos los días las diez manzanas que separaban la Casa Blanca de su oficina en Dupont Circle. Además, nunca permitió que la acompañara ningún miembro del Servicio Secreto.

En una alocución al país
Los Roosevelt, y en especial Eleanor, también destacan por su don de gentes, no dudando en invitar a la Casa Blanca a todos aquellos personajes (políticos, literatos, periodistas, actores…) que les resultaran de interés. Ninguna pareja presidencial ha agasajado jamás a tantos invitados. Es cierto que eso se debe a que Roosevelt estuvo, excepcionalmente, doce años en la Presidencia, pero también se debe a que los Roosevelt era un matrimonio adinerado. En la Casa Blanca, las cenas, bailes o fiestas privadas (es decir, que no sean en representación de los Estados Unidos) deben ser costeados con el peculio privado del Presidente.

Los mandatos presidenciales de Franklin Delano Roosevelt coinciden con los dos periodos más conflictivos de la Historia de Estados Unidos. A principios de la década de 1930, el país se encontraba azotado por la crisis económica nacida del crack bursátil de 1929. Más tarde, tuvo que hacer frente a una doble amenaza en la II Guerra Mundial: los alemanes en Europa y los japoneses en Asia y el Pacífico.

En la época en la que su marido accedió al poder, el transporte aéreo todavía no se había generalizado, así que Eleanor siempre utilizaba el tren o el autobús en sus desplazamientos por la nación. Por supuesto, los billetes eran pagados por ella misma. Sus viajes a lo largo de la nación para patrocinar el New Deal se hicieron frecuentes y muy famosos, pues los reporteros que cubrían sus actos apenas podían seguir el ritmo de la incansable Primera Dama.

Ya en el trascurso de la guerra, no dudó en utilizar el avión para desplazarse a visitar a los soldados estadounidenses en el Pacífico. Dado que su marido estaba impedido, ella se convirtió en la representante oficial del Presidente, viajando para consolar e infundir ánimo a las tropas.

Condecorando a un soldado, 
septiembre de 1943
Nueva Caledonia, frente del Pacífico
Por lo que respecta al gobierno doméstico de la Casa Blanca, a diferencia de otras Primeras Damas, no se preocupó en exceso por la decoración de la casa (es habitual que cada Primera Dama, redecore la Casa a su gusto), ni tampoco por la limpieza. Tal es así que cuando Mrs. Truman llegó a la Casa Blanca, comprobó, horrorizada, que había telarañas en muchas habitaciones. Los Roosevelt utilizaban la Casa Blanca como un lugar de trabajo, sin hacer ostentación. De su periodo es una de las innovaciones que más juego han dado, la construcción de la piscina presidencial. Fue construida dentro de la Casa Blanca gracias a las donaciones de una campaña escolar que pretendía ayudar al Presidente a tratar la poliomielitis que le afectaba. No solo la utilizaría Roosevelt, sino que Truman, Eisenhower, Kennedy y Johnson también hicieron uso habitual de ella, hasta que Nixon decidió eliminarla.

Lo que sí hizo Eleanor Roosevelt fue transformar la Casa Blanca para facilitar los movimientos de la silla de ruedas de su marido. Se construyeron todo tipo de rampas para salvar escalones y se instalaron dos ascensores. Además, la sala de prensa se dotó de toda una escenografía que enmascaraba la parálisis del Presidente. Las puertas de la estancia fueron dotadas de unas cortinas opacas. Cuando el Presidente llegaba tras ellas, la silla de ruedas era ocultada y el Presidente era incorporado para, del brazo de alguien, además de ayudado por su bastón, esperar a que abrieran las puertas y caminar los escasos metros que le separaban del estrado. Una vez allí, se apoyaba con los brazos para mantenerse en pie mientras conferenciaba.

Presentando a Truman 
la bandera de la ONU
7 de septiembre de 1950
Con la muerte de su marido el 12 de abril de 1945, Eleanor no pasó al segundo plano habitual al que se ven relegadas todas las ex primeras damas. En su lugar, participó activamente en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y en la organización de las Naciones Unidas, el gran empeño de su marido. Fue entonces cuando Truman denominó a Mrs. Roosevelt como la Primera Dama del Mundo, por sus incansables viajes a lo largo y ancho del planeta defendiendo las incipientes Naciones Unidas.

Cuando Kennedy llegó a la presidencia, Eleanor Roosevelt contaba ya 77 años. A pesar de ello, se ofreció a colaborar con el Presidente en asuntos concernientes a la mujer. La oferta no cayó en saco roto, y Kennedy la nombró Presidenta de la Comisión del Estado de la Mujer. Ocupó el cargo durante un año escaso, pues murió en Nueva York el 7 de noviembre de 1962.

Con Kennedy, 
1 de marzo de 1961

sábado, 28 de diciembre de 2013

La Guerra de Crimea

La carga de la Caballería ligera en Balaklava
De todos los conflictos en los que participaron las grandes potencias europeas en el siglo XIX, la Guerra de Crimea es sin duda la más desconocida. Aunque se tiende a culpar a Rusia del inicio de las hostilidades, fue Inglaterra, con su empeño en mantener al Imperio Otomano como un tapón entre Rusia y el Mediterráneo, quien realmente desencadenó la guerra.

Rusia siempre ha tenido (y tendrá) pretensiones expansionistas en los Balcanes, unos territorios que le permitirían la salida al Mediterráneo. Las razones que aducía el Imperio Ruso para reivindicar esos territorios eran el origen eslavo de su población y la religión de éstos, la ortodoxa. Lo cierto es que, a mediados del siglo XIX, vivían dentro del Imperio Otomano 14 millones de cristianos, una mínoria demasiado numerosa con la que Rusia siempre se ha sentido muy ligada. Para el zar Nicolás I era muy importante presentarse como el verdadero protector de estos cristianos, así que solicitó al Imperio Otomano el control de los Santos Lugares (es decir, ser su administrador), pero el Sultán no sólo no le concedió tal honor, sino que se lo otorgó a los franceses.

La respuesta del zar no se hizo esperar, y desplazó un ejército a la frontera con Turquía. Los otomanos vieron el gesto como una agresión y declararon la guerra a Rusia el 23 de octubre de 1853, a pesar de que eran conscientes de que no estaban en condiciones de enfrentarse al Imperio Ruso. Lo mismo sucedía entre los gobiernos occidentales, todos eran conscientes de que el decadente Imperio Otomano no podría contener el empuje de las tropas de Nicolás I, por lo que Inglaterra y Francia decidieron intervenir para apoyar a Turquía. Inglaterra temía que cayeran bajo control ruso los estrechos del Mar de Mármara, lo que permitiría la salida hacia el Mediterráneo de la Armada Rusa, amenazando  las rutas comerciales inglesas a la India. Francia, por su parte, se embarcó en la campaña por el ansia de gloria de su emperador, Napoleón III, que buscaba los laureles que puede conceder una guerra exterior para afianzarse en un trono recientemente conseguido.

Los movimientos 
de tropas aliados
Dada la lejanía del teatro de operaciones, Francia e Inglaterra resolvieron enviar una expedición naval que asestara un golpe contra el corazón del Imperio Ruso. El lugar elegido fue la Península de Crimea, pues en Sebastopol estaba la gran base naval del Mar Negro. Capturando la ciudad, los rusos tendrían que renunciar a sus intenciones de conquista en los Balcanes, pues perderían su principal ruta de abastecimiento en la retaguardia.

El 14 de septiembre de 1854, casi un año después del inicio de la guerra, una fuerza compuesta por soldados ingleses, franceses y turcos desembarca en Crimea. El general al mando de la fuerza combinada es el mariscal inglés Lord Raglan. En un principio parece que los 57.000 soldados aliados debían ser suficientes para enfrentarse a los 40.000 desplegados por Rusia en Crimea. Pronto descubrirían que no sólo se enfrentaban a un ejército enemigo, sino que también tendrían que luchar contra las enfermedades y el frío, para las que no estaban en modo alguno preparados.

Lord Raglan, 
comandante de la
expedición aliada
Tras algunas refriegas iniciales, los aliados tomaron una serie de elevaciones en Balaklava, desde donde se dominaba la ciudad de Sebastopol. La fortuna comenzaba a sonreír a los aliados, pues contaban, por fin, con una posición segura desde la que lanzar un asalto definitivo sobre la ciudad, poniendo fin con ello a la contienda. Sin embargo, la mañana del 25 de octubre se presentaba muy brumosa y, amparados por la niebla, un batallón ruso avanzó sobre Balaklava, desalojando de allí a los turcos que habían instalado sus piezas de artillería. Los aliados huyeron hacia su retaguardia abandonando las alturas de Balaklava mientras eran perseguidos por los rusos. Lo único que pudo contener la acometida rusa fueron 500 Highlanders del 93º regimiento dirigidos por el general Colin Campbell. Es en este momento cuando se acuña un término que pasará a los anales de la historia bélica “la delgada línea roja”, en relación al uniforme rojo de los Highlanders que defendieron su posición ante un número mucho mayor de adversarios.

Gracias al coraje demostrado por las infanterías francesa e inglesa, y a las cargas de los Scots Grey, la caballería pesada de los ingleses, se logró recomponer la situación, afianzando el frente y evitando la ruptura definitiva de la línea aliada. Tras cinco horas de cruentos combates, parecía que por fin habría una pausa para la maltrecha infantería. Sin embargo, lo peor estaba aún por llegar.

La "delgada línea roja". Obra de Robert Gibb
En la pausa, el mando aliado se percató de que los rusos estaban desmantelando los cañones que habían arrebatado a los turcos en las colinas de Balaklava para llevarlos hasta sus líneas. Lord Raglan comprendió, con razón, que eso reforzaría mucho la potencia artillera del enemigo, inclinando la balanza de su lado en sucesivos combates. En consecuencia, ordenó a la caballería ligera que cargase sobre esas colinas y evitase que el ejército ruso transportase los cañones turcos hasta sus líneas. Sin embargo, un error en la transmisión de las órdenes hizo que la caballería ligera no se dirigiese contra aquella posición, sino contra las colinas donde se encontraba el grueso de la artillería rusa, compuesta por 30 piezas de gran calibre.

El atónito comandante de la caballería ligera, Lord Cardigan, asintió resignado ante las órdenes y pasó revista a sus hombres. Contaba con 673 jinetes que formaron en tres líneas. En la primera formaron los Dragones Ligeros y el 17º Regimiento de Lanceros; en la segunda línea, el 11º Regimiento de Húsares; y, en la tercera, el 8º Regimiento de Húsares y el 4º Regimiento de Dragones Ligeros. La caballería pesada estaba exhausta tras haber participado en los combates anteriores, por lo que no se involucraría en esta acción. Lord Cardigan marchó en todo momento al frente, ordenando que ningún jinete le rebasara en la galopada.

El "valle de la muerte" fotografiado en 1855.
Todavía se ven los proyectiles 
de los morteros.
Los jinetes marcharon primero al paso, y más tarde al trote, hasta acercarse a distancia de tiro de la artillería rusa. A mitad de camino, cuando aún les faltaban 1.200 metros de llanura antes de llegar a las posiciones rusas, las bocas de los cañones abrieron fuego. Decenas de jinetes y caballos cayeron abatidos. Al polvo de la cabalgada se unía ahora el humo de la pólvora. Envueltos por ella, los jinetes siguieron avanzando mientras más y más de ellos caían ante la eficacia de los artilleros rusos. Finalmente, entre gran estrépito, los escasos supervivientes cargaron contra las filas rusas. El ímpetu inicial se vio frenado cuando Lord Cardigan se percató de la llegada de la caballería cosaca, el ataque se convirtió entonces en una desesperada huida con los sables cosacos acosando a los supervivientes. De los 673 caballeros que participaron en la carga de la caballería ligera, únicamente sobrevivieron 195. En apenas veinte minutos, quedaron tendidos sobre el campo de batalla 478 jinetes. Desde entonces, la llanura de Balaklava se conoce con el nombre de “valle de la muerte”.

La guerra continuó varios meses más, hasta que en 1855, la muerte de Nicolás I dio paso al reinado de Alejandro II, que se avino a firmar la paz con los aliados. En occidente, el conflicto fue pronto olvidado, pues la actuación de los aliados no había sido muy notable, sin embargo, siempre quedará para el recuerdo la heroica carga de la Caballería Ligera. 

Los supervivientes de la carga en Balaklava.

viernes, 27 de diciembre de 2013

La II Guerra Mundial. Cap. 4: Drôle de guerre

Franceses e ingleses jugando a las cartas en "el frente"
A pesar de que Francia e Inglaterra habían firmado acuerdos de defensa mutua con Polonia, lo que les obligaba a defenderla militarme, ninguno de los dos países realizó movimientos ofensivos tras declarar la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939. El recuerdo de la Gran Guerra, y de sus secuelas, aún estaba muy vivo, y Francia e Inglaterra demostraron que sólo participarían en la contienda para defenderse a sí mismos.

Francia movilizó todo su ejército, incluyendo un buen número de tropas coloniales, para la defensa de su territorio nacional, mientras que Inglaterra envió al continente una Fuerza Expedicionaria (BEF) que contó inicialmente con cuatro divisiones, incrementadas luego hasta las diecisiete. Los planes del mando conjunto franco-británico preveían un plan muy similar al de la I Guerra Mundial, pero con la iniciativa de su parte. No esperarían el ataque alemán en suelo francés, sino que penetrarían en Bélgica para tratar de defenderse allí del avance germano. En el sur, en la frontera franco-alemana, la formidable Línea Maginot sería suficiente para impedir cualquier ataque alemán en ese sector. Levantada tras la I Guerra Mundial, gracias a los pagos impuestos a Alemania en el Tratado de Versalles, su intención era la de blindar la frontera para evitar nuevas agresiones.

Europa en el invierno de 1939
Mientras tanto, un temeroso Hitler ordenaba fortificar a toda prisa la frontera alemana con Francia, y en el invierno de 1939-1940 se levantó la Línea Sigfrido, un conjunto de fortificaciones y búnkeres opuestos a la Línea Maginot. Para enmascarar los trabajos de fortificación, se informó a la población de la zona de que se iban a realizar una serie de actividades arqueológicas en el limes del antiguo Imperio Romano.

Las entrañas de la
 poderosa Línea Maginot
Mientras tanto, fueron pasando los meses sin ninguna acción de guerra en el frente del oeste, por lo que la situación fue pronto conocida como la drôle de guerre o guerra de broma. Por su parte, los alemanes la denominaron Sitzkrieg (guerra de asiento). Los Aliados esperaban un ataque relámpago de la Wehrmacht, como había sucedido en 1914, pero nunca se produjo. Hitler buscaba tiempo para evitar la guerra con Inglaterra, y realizó varias propuestas de paz aduciendo que sus aspiraciones territoriales estaban satisfechas tras la conquista de Polonia, pero los británicos rechazaron todas las ofertas de la Cancillería alemana.

El ejército alemán aprovechó el invierno de 1939 para sacar conclusiones de sus operaciones en Polonia, tratando de mejorar los planteamientos de la Blitzkrieg para sucesivas operaciones y planificando concienzudamente la campaña del oeste. Mientras tanto, los Aliados se mostraban desconcertados ante la ausencia de un ataque. Los soldados franceses e ingleses comenzaron a relajarse y a descuidar sus obligaciones militares, pues no creían que fuesen a ser atacados.

La Wehrmacht inició la campaña del oeste el 10 de mayo de 1940. Los soldados y el mando aliado comprendieron entonces que la drôle de guerre había sido un estúpido intento por contener a Hitler que les había hecho perder la iniciativa de la campaña. En apenas un mes, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia capitularían ante una Alemania victoriosa.

Soldados aliados 
divirtiéndose en una fiesta