jueves, 19 de diciembre de 2013

El cerco de Oviedo. Cap. 2: Los planes del coronel Aranda

Coronel Antonio Aranda

El coronel Antonio Aranda había tomado contacto con Asturias en octubre de 1934, cuando llegó a la región con el contingente de tropas encargadas de sofocar la revolución. Su papel en dicha contienda se limitó a ocupar y mantener abiertos los pasos de montaña que comunicaban Asturias con la meseta, vitales para la llegada de nuevos efectivos militares y de suministros.

Sofocada la revolución, y con la sustitución del general López Ochoa, Aranda se convierte en el comandante militar de la región. Desde ese momento, comienza a hacer planes para actuar con rapidez en caso de un nuevo levantamiento de los mineros o de cualquier otra contingencia. Es así cómo traza planes defensivos para las principales ciudades de la región, especialmente, Oviedo. Durante meses, instruyó a sus hombres, hizo acopio de material bélico, y ordenó trazar detallados planos topográficos de la capital y sus alrededores. De hecho, era frecuente verle recorriendo personalmente las afueras de Oviedo, donde trazaba los planes de un futuro anillo defensivo que, estudiando los sucesos de 1934, trataría de evitar una nueva conquista de la ciudad.

Los planes de Aranda pasaban por el triunfo de las guarniciones de Avilés y Gijón y el trazado de un triángulo defensivo que incluiría a estas dos ciudades y a la capital, donde se concentraría el grueso de las tropas. Pero, además, debía evitarse que la fábrica de armas de Trubia y la de explosivos de la Manjoya, cayeran en manos de los revolucionarios. Una vez aseguradas estas posiciones, se podrían enviar expediciones hacia las cuencas que neutralizasen, in situ, a las milicias obreras, evitando así que la lucha se extendiese al centro de la región.

Línea defensiva planteada por Aranda

El triunfo del Frente Popular afectó a los planes del coronel Aranda en tres aspectos fundamentales: Aranda perdía, con el cambio de gobierno, todo el apoyo que hasta entonces habían tenido sus planes; el Frente Popular puso en libertad a todos los encarcelados por su participación en la revolución de octubre de 1934, por lo que se dejaba en libertad a veteranos y aguerridos combatientes de aquellas semanas de octubre que, además, estaban muy significados políticamente y eran un ejemplo para los demás; y, por último, el gobierno del Frente Popular rebajó considerablemente los efectivos militares destacados en Asturias, a lo que se sumó el paso a la clandestinidad de Falange Española, de donde Aranda pretendía obtener, en caso de necesitarlos, voluntarios combatientes.

En definitiva, con la nueva situación surgida de las urnas de febrero de 1936, el coronel Aranda sólo podía contar con un tercio de los efectivos sobre los que había trazado sus planes. Se debía, pues, abandonar toda pretensión ofensiva para concentrar todas las fuerzas en la defensa de las tres principales ciudades asturianas, resistiendo hasta la llegada de tropas de refuerzo.

El alzamiento militar, que tuvo lugar el día 17 de julio de 1936 en el Protectorado español de Marruecos, fue conocido en Oviedo esa misma noche a través del conducto habitual del Gobierno Civil. Paralelamente, el comandante militar de la plaza, coronel Aranda, se enteraba de todos los sucesos por una fuente más cercana. La mujer y los hijos del coronel estaban, en esas fechas, veraneando en Ceuta, desde donde contactaban, vía telefónica, diariamente con Aranda. Fue así, cómo el coronel estuvo en disposición de conocer, desde el primer momento, el alcance de los hechos y las fuerzas y mandos implicados en la sublevación, algo que le fue de mucha utilidad dadas las noticias, muchas de ellas parciales o veladas, que le llegaban desde los conductos regulares.

La mañana del día 18 de julio, ante las noticias que iban llegando a la ciudad sobre la propagación del alzamiento en distintas ciudades peninsulares, el Gobernador Civil de Asturias dio órdenes a la Guardia de Asalto de ocupar posiciones en los puntos neurálgicos de la ciudad. Por la tarde, la Guardia de Asalto domina la ciudad y comienza una serie de arrestos preventivos de significados personajes de la derecha. A lo largo de la tarde, también han ido llegando a la ciudad milicianos procedentes de las cuencas que desfilan por las calles puño en alto cantando la Internacional.

Ese mismo día, comienzan las maniobras de Aranda al margen de las autoridades del Frente Popular. Efectivamente, el día 18, Aranda asegura su lealtad al gobierno del Frente Popular legítimamente constituido, pero ordena que se concentren en la ciudad todos los guardias civiles disponibles en la provincia, a excepción de los destacados en Gijón. Mientras tanto, el coronel Aranda, se niega a armar a las milicias que han ido llegando a la ciudad, que integraban muchos veteranos de la revolución del 34 y que son vistos con recelo por Aranda y sus mandos afines.
Oviedo, una ciudad "azul" en una región republicana

Durante la tarde del día 18 se había ido concibiendo la posibilidad de enviar una expedición de milicianos asturianos a Madrid para ayudar a sofocar pronto los brotes insurreccionales de la capital. La idea provenía de Indalecio Prieto, que estaba firmemente convencido de que, con Aranda del lado de la República, la región no corría ningún riesgo y, a tal fin, cursó órdenes al respecto.

El coronel Aranda recibió estas órdenes del Ministerio de Defensa de armar a los milicianos que se iban concentrando en la capital asturiana y preparar con ellos varias columnas que partieran, lo más rápidamente posible, hacia Madrid, pero se negó en redondo a la entrega de armas a los milicianos. Esta negativa tiene dos explicaciones: la convicción de que las tropas bajo su mando pudiesen necesitar esas armas y, el temor a que los milicianos, una vez conocidas sus intenciones, se volvieran contra él y estuvieran en condiciones de presentar una fuerte resistencia.

Por tanto, todo el día 18, es un continuo tira y afloja entre las autoridades del Frente Popular y Aranda por el motivo de la entrega de dichas armas. Finalmente, Aranda entrega a los milicianos algunos mosquetes, viejos y en mal estado, y municiones que no se correspondían con el calibre de las armas que les había entregado. Durante la noche, las columnas de milicianos parten hacia Madrid por tren y carretera.

A las seis de la madrugada del día 19 de julio, Aranda sostiene una larga conversación con Mola, a quien confirma su apoyo y su adhesión al movimiento, adhesión que hará pública en el momento oportuno. Durante toda la mañana, Aranda y el Gobernador Provincial sostienen encendidos debates a raíz de la petición del segundo de entregar todas las armas almacenadas en los cuarteles a las milicias del Frente Popular. Aranda, tratando de ganar tiempo, se excusa diciendo que no ha recibido orden por escrito del Ministerio de Defensa que le informe en tal sentido.

Aranda, no sólo trataba de ganar tiempo esperando a que los mineros enviados a Madrid estuviesen lo bastante lejos de la región como para no interferir en sus planes, sino que esperaba la llegada de los contingentes de guardias civiles, de toda la provincia, llamados a Oviedo el día anterior.

A las cuatro de la tarde, cuando la heroica ciudad dormía la siesta y se hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, llegaba al coronel Aranda la orden escrita desde el Ministerio de Defensa de entregar armas a las milicias frentepopulistas. La negativa de Aranda a entregar esas armas le situaba, de facto, al margen de la legalidad y en el bando de los sublevados. El único inconveniente al que se enfrentaba el coronel era que la ciudad estaba tomada por los Guardias de Asalto. Se sabía que, muchos de estos guardias eran partidarios del alzamiento, pero no así los cuadros, especialmente, su comandante, Alfonso Ros Hernández. La actuación pasaba por neutralizar a los cuadros de mando de los Guardias de Asalto para reducir a las compañías dispersas por la ciudad sin utilizar la fuerza y, adueñarse así de la ciudad, sin pegar un solo tiro.

Cuartel de Santa Clara, actual Delegación de Hacienda
La solución se presentó ante Aranda cuando éste fue conocedor de la estancia en la ciudad del comandante Caballero, anterior comandante de la Guardia de Asalto de la ciudad, de reconocidas ideas derechistas, y que gozaba de gran simpatía entre la tropa.

Sin embargo, se presentaba un terrible contratiempo, sobre todo si se quería actuar con rapidez para contar con el factor sorpresa a su favor. Se desconocía el paradero del comandante Caballero, que se había escondido el día anterior cuando comenzó a producirse el arresto de personas afines al levantamiento. Una vez localizado, fue conducido hasta el coronel Aranda, en el cuartel de Pelayo, donde se le encomendó la tarea de tomar el cuartel de Santa Clara, contando con el apoyo de 30 guardias civiles.

Antiguo cuartel Pelayo, antes seminario
La expedición partió del cuartel de Pelayo en dirección al cuartel de Santa Clara, donde fueron detenidos los vehículos y bajaron sus ocupantes. Se produce entonces una escena muy cinematográfica: los Guardias de Asalto que defienden el edificio encañonan a los Guardias Civiles, que hacen otro tanto. El comandante Caballero pide calma y, dando un paso al frente, les recuerda a los Guardias de Asalto que es su comandante y que pueden hacer dos cosas, obedecerle o matarle. Cesa entonces toda resistencia por parte de los Guardias de Asalto, que flanquean el paso al edificio a la Guardia Civil. Caballero y sus Guardias Civiles y de Asalto ocupan el edificio y observan cómo, en el patio, una gran masa de milicianos se hallaba concentrada a la espera de recibir armamento. Estos milicianos son desarmados y dejados en libertad, siendo obligados a salir del edificio brazo en alto, imitando el saludo fascista. El comandante de la Guardia de Asalto, Alfonso Ros, con un grupo de leales, se refugia en el sótano del edificio, rindiéndose a las pocas horas tras comprender su inútil resistencia en dicho lugar.

Desde el cuartel, Caballero establece contacto con Aranda, que le ordena reducir a sus órdenes a las patrullas de guardias dispersas por la ciudad, tarea que se lleva a cabo sin mayores contratiempos. A las siete de la tarde, la ciudad de encontraba en poder de los militares sublevados y del resto de las fuerzas que les respaldaban: Guardias Civiles, Guardias de Asalto, miembros de Falange Española y voluntarios. El alzamiento nacional se había consumado en Oviedo en apenas tres horas. Los regulares comenzaron desde esa tarde a ocupar las posiciones defensivas que con tanto esmero había trazado el coronel Aranda. 

Había comenzado la batalla por Oviedo.



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