lunes, 16 de diciembre de 2013

El magnicidio de Ekaterimburgo. Anastasia Romanov

Los Romanov
La Rusia de principios del siglo XX constituía un anacronismo en la Europa de la época, pues era un país que se movía entre la Modernidad y la Edad Media, entre el progreso y las más antiguas tradiciones. En este sentido, uno de los mayores exponentes de la decadencia rusa lo constituía su propia familia real. El zar Nicolás II y su esposa Alejandra formaban una familia que vivía acosada por la preocupación de tener un único heredero varón, el zarévich Alexis que, además, poseía graves problemas de salud.

La zarina Alejandra y sus cuatro hijas (1909)
Este fue uno de los hechos que motivaron que la familia se pusiera en manos de un antiguo monje, Rasputín, que afirmaba poseer poderes curativos con los que Alexis gozaría de una salud de hierro. Pronto, Rasputín poseyó una enorme influencia sobre la zarina, lo que suscitó el recelo de muchos nobles que veían con desconfianza a este extraño personaje, sobre todo tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, pues creían que actuaba sobre los zares con consejos militares que propiciaban continuas derrotas a Rusia[1]. El odio a Rasputín llegó a tal extremo que en la fiesta del último día de 1916, un grupo de aristócratas encabezados por Félix Yusúpov, decidió asesinarle. Tras envenenarle, Rasputín fue tiroteado y arrojado al río Neva. Más tarde la autopsia revelaría que la muerte se produjo por ahogamiento tiempo después de ser arrojado a las gélidas aguas, noticia que no hizo más que acrecentar la leyenda que ya se había creado en torno suyo.

La monarquía zarista apenas le sobrevivió unos meses, pues en febrero de 1917 estallaron una serie de motines en el ejército y de revueltas de la población que obligaron al zar a abdicar el 2 de marzo.

Con el derrocamiento del zar Nicolás II y la instauración del gobierno provisional de Kerensky, la familia real fue trasladada hasta Tobolsk, una olvidada localidad del oeste de Siberia en la que el gobierno pretendía que la familia gozase de un cómodo “destierro”. En la elección de esta aislada ciudad cobró gran fuerza el hecho de que estaba situada lejos de la Rusia europea, donde se decidía la configuración del nuevo estado ruso. Sin embargo, tras el golpe de estado bolchevique, la familia Romanov fue trasladada más hacia al oeste, hasta la ciudad de Ekaterimburgo.

María (izda.) y Anastasia (dcha) junto a soldados
rusos heridos en la I Guerra Mundial, 1915
En la primavera de 1918, con la guerra en Europa prácticamente finiquitada, los países aliados (especialmente Estados Unidos, Inglaterra y Japón) comenzaron a preparar una tropa contrarrevolucionaria cuya misión era derribar al gobierno de Lenin. Partiendo de la ciudad de Vladivostock, este Ejército Blanco (en él se integraban tropas rusas, inglesas, americanas, tártaros y mercenarios checos) avanzó rápidamente a lo largo de la línea férrea del Transiberiano. Ante el riesgo de que pudiesen rescatar al zar, a la zarina y a sus hijos, los bolcheviques decidieron ejecutar a la familia real para evitar que fuesen utilizados como instrumento político en su contra.

La orden procedió de las más alta esferas y seguía un antiguo pensamiento leninista según el cual los comunistas debían ser letales en sus procedimientos, eliminando a todo aquel que se les opusiera en la implantación de la Dictadura del Proletariado[2]. La noche del 17 de julio de 1918, el zar, la zarina y sus hijos fueron sacados apresuradamente de la cama y conducidos al sótano. Allí, les explicaron que les harían una foto antes de trasladarlos lejos del Ejército Blanco. En el frío y húmedo sótano, Nicolás reprendió a sus guardias que ni siquiera hubiera sillas para su mujer y para el enfermo zarévich. Fue entonces cuando entró en la estancia un pelotón mandado por Yákov Yurosvki quien, dirigiéndose al depuesto zar, le dijo: “el pueblo ruso le ha condenado a muerte”. Acto seguido, los hombres abrieron fuego contra el atónito Nicolás y su familia. Cuando se disipó el humo de la primera ráfaga, los verdugos se percataron de que las muchachas seguían vivas. Esto se debió a que, días después de su traslado, la zarina les había ordenado coser sus joyas en la ropa interior para evitar que fuesen robadas. Al parecer, esas joyas actuaron como chalecos antibalas. Yurovski y sus hombres las remataron a bayonetazos. Acto seguido trasladaron los cuerpos a un bosque cercano y los sepultaron, sin mayor solemnidad, en una fosa común.


Fue en ese mismo momento en el que comenzó la leyenda que rodeó desde entonces a Anastasia Romanov. La versión más extendida cuenta que durante el invierno de 1917-1918 la bella Anastasia se había enamorado de uno de los guardias que la custodiaban, sentimiento que, al parecer era mutuo. Tras los disparos iniciales en el sótano, la malherida Anastasia habría sido conducida por su joven amante a un lugar seguro donde se repondría de sus heridas. A partir de entonces, empezaron a circular rumores por todo el país acerca del paradero de la Gran Duquesa, afirmando que había sido vista en tal o cual sitio[3].

Ann Anderson

Pero la historia más sorprendente nos sitúa en el Berlín de posguerra. Una gélida noche de 1922, la policía rescata a una mujer llamada Ann Anderson que intentaba suicidarse arrojándose al río Spree. La muchacha afirmaba que era Anastasia Romanov, con la que presentaba un enorme parecido físico y de la que conocía algunos datos a los que sólo un familiar muy directo de ésta habría podido tener acceso. Entre los propios familiares de Nicolás II (que poseía una extensa nómina de parientes en Europa, que iban desde la casa real alemana a la inglesa, sin olvidar la miríada de ducados, marquesados y condados que, de una manera u otra, poseían lazos de sangre con los Romanov) no se ponían de acuerdo acerca de quién era aquella muchacha. Algunos afirmaban rotundamente que era la Gran Duquesa, mientras que otros negaban categóricamente tal posibilidad. A ello se sumaba que se desconocía el lugar de origen y los antecedentes de Ann Anderson.

Tras la muerte de Anderson en 1984, se realizó una investigación empleando las, por aquel entonces novedosas, técnicas de investigación de ADN. Los investigadores compararon los restos de Ann con los de algunos descendientes de los Romanov (entre ellos Felipe de Edimburgo). Los resultados fueron concluyentes: Ann Anderson no era Anastasia.

Con Ann Anderson moría el sueño de la supervivencia de Anastasia Romanov, la bella hija de una familia condenada al olvido por los bolcheviques.



[1] No hay que olvidar que la zarina Alejandra era alemana y que Nicolás y Guillermo II de Prusia eran primos.
[2] A menudo se piensa que los crímenes en la URSS fueron cometidos únicamente durante el gobierno de Stalin, sin embargo, las ejecuciones masivas y el gulag, llevado por Stalin al extremo, ya habían comenzado en el momento mismo de la toma del poder por los bolcheviques. A mediados de los años ochenta, ya iniciado el proceso de apertura, un periodista le preguntó a Molotov cuán terrible era Stalin en comparación con Lenin. Molotov respondió: “Comparado con Lenin, Stalin era un corderito”.
[3] Para desconcierto y desesperación de las autoridades bolcheviques que, como es evidente, persiguieron cualquier pista sobre la supervivencia de algún miembro de la familia real.

1 comentario:

  1. Desde "Junto al Tíber" (http://juntoaltiber.blogspot.com) queremos felicitaros por vuestro gran trabajo y constancia en presentarnos esas historias privadas que marcaron el devenir histórico.
    Esperamos que continueis con este gran trabajo!
    Un abrazo!

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