Los Romanov |
La Rusia de principios del siglo XX constituía un anacronismo
en la Europa de la época, pues era un país que se movía entre la Modernidad y
la Edad Media, entre el progreso y las más antiguas tradiciones. En este
sentido, uno de los mayores exponentes de la decadencia rusa lo constituía su
propia familia real. El zar Nicolás II y su esposa Alejandra formaban una
familia que vivía acosada por la preocupación de tener un único heredero varón,
el zarévich Alexis que, además, poseía graves problemas de salud.
La zarina Alejandra y sus cuatro hijas (1909) |
Este fue uno de los hechos que motivaron que la familia se
pusiera en manos de un antiguo monje, Rasputín, que afirmaba poseer poderes
curativos con los que Alexis gozaría de una salud de hierro. Pronto, Rasputín
poseyó una enorme influencia sobre la zarina, lo que suscitó el recelo de
muchos nobles que veían con desconfianza a este extraño personaje, sobre todo
tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, pues creían que actuaba sobre
los zares con consejos militares que propiciaban continuas derrotas a Rusia[1].
El odio a Rasputín llegó a tal extremo que en la fiesta del último día de 1916,
un grupo de aristócratas encabezados por Félix Yusúpov, decidió asesinarle.
Tras envenenarle, Rasputín fue tiroteado y arrojado al río Neva. Más tarde la
autopsia revelaría que la muerte se produjo por ahogamiento tiempo después de
ser arrojado a las gélidas aguas, noticia que no hizo más que acrecentar la
leyenda que ya se había creado en torno suyo.
La monarquía zarista apenas le sobrevivió unos meses, pues en
febrero de 1917 estallaron una serie de motines en el ejército y de revueltas
de la población que obligaron al zar a abdicar el 2 de marzo.
Con el derrocamiento del zar Nicolás II y la instauración del
gobierno provisional de Kerensky, la familia real fue trasladada hasta Tobolsk,
una olvidada localidad del oeste de Siberia en la que el gobierno pretendía que
la familia gozase de un cómodo “destierro”. En la elección de esta aislada
ciudad cobró gran fuerza el hecho de que estaba situada lejos de la Rusia
europea, donde se decidía la configuración del nuevo estado ruso. Sin embargo, tras
el golpe de estado bolchevique, la familia Romanov fue trasladada más hacia al
oeste, hasta la ciudad de Ekaterimburgo.
María (izda.) y Anastasia (dcha) junto a soldados rusos heridos en la I Guerra Mundial, 1915 |
En la primavera de 1918, con la guerra en Europa
prácticamente finiquitada, los países aliados (especialmente Estados Unidos,
Inglaterra y Japón) comenzaron a preparar una tropa contrarrevolucionaria cuya
misión era derribar al gobierno de Lenin. Partiendo de la ciudad de Vladivostock,
este Ejército Blanco (en él se integraban tropas rusas, inglesas, americanas,
tártaros y mercenarios checos) avanzó rápidamente a lo largo de la línea férrea
del Transiberiano. Ante el riesgo de que pudiesen rescatar al zar, a la zarina
y a sus hijos, los bolcheviques decidieron ejecutar a la familia real para
evitar que fuesen utilizados como instrumento político en su contra.
La orden procedió de las más alta esferas y seguía un antiguo
pensamiento leninista según el cual los comunistas debían ser letales en sus
procedimientos, eliminando a todo aquel que se les opusiera en la implantación
de la Dictadura del Proletariado[2].
La noche del 17 de julio de 1918, el zar, la zarina y sus hijos fueron sacados
apresuradamente de la cama y conducidos al sótano. Allí, les explicaron que les
harían una foto antes de trasladarlos lejos del Ejército Blanco. En el frío y
húmedo sótano, Nicolás reprendió a sus guardias que ni siquiera hubiera sillas
para su mujer y para el enfermo zarévich. Fue entonces cuando entró en la
estancia un pelotón mandado por Yákov Yurosvki quien, dirigiéndose al depuesto
zar, le dijo: “el pueblo ruso le ha condenado a muerte”. Acto seguido, los
hombres abrieron fuego contra el atónito Nicolás y su familia. Cuando se disipó
el humo de la primera ráfaga, los verdugos se percataron de que las muchachas
seguían vivas. Esto se debió a que, días después de su traslado, la zarina les
había ordenado coser sus joyas en la ropa interior para evitar que fuesen
robadas. Al parecer, esas joyas actuaron como chalecos antibalas. Yurovski y
sus hombres las remataron a bayonetazos. Acto seguido trasladaron los cuerpos a
un bosque cercano y los sepultaron, sin mayor solemnidad, en una fosa común.
Fue en ese mismo momento en el que comenzó la leyenda que
rodeó desde entonces a Anastasia Romanov. La versión más extendida cuenta que
durante el invierno de 1917-1918 la bella Anastasia se había enamorado de uno
de los guardias que la custodiaban, sentimiento que, al parecer era mutuo. Tras
los disparos iniciales en el sótano, la malherida Anastasia habría sido
conducida por su joven amante a un lugar seguro donde se repondría de sus
heridas. A partir de entonces, empezaron a circular rumores por todo el país
acerca del paradero de la Gran Duquesa, afirmando que había sido vista en tal o
cual sitio[3].
Ann Anderson |
Pero la historia más sorprendente nos sitúa en el Berlín de
posguerra. Una gélida noche de 1922, la policía rescata a una mujer llamada Ann Anderson que intentaba suicidarse arrojándose al río Spree. La muchacha
afirmaba que era Anastasia Romanov, con la que presentaba un enorme parecido
físico y de la que conocía algunos datos a los que sólo un familiar muy directo
de ésta habría podido tener acceso. Entre los propios familiares de Nicolás II
(que poseía una extensa nómina de parientes en Europa, que iban desde la casa
real alemana a la inglesa, sin olvidar la miríada de ducados, marquesados y
condados que, de una manera u otra, poseían lazos de sangre con los Romanov) no
se ponían de acuerdo acerca de quién era aquella muchacha. Algunos afirmaban
rotundamente que era la Gran Duquesa, mientras que otros negaban
categóricamente tal posibilidad. A ello se sumaba que se desconocía el lugar de
origen y los antecedentes de Ann Anderson.
Tras la muerte de Anderson en 1984, se realizó una
investigación empleando las, por aquel entonces novedosas, técnicas de
investigación de ADN. Los investigadores compararon los restos de Ann con los
de algunos descendientes de los Romanov (entre ellos Felipe de Edimburgo). Los
resultados fueron concluyentes: Ann Anderson no era Anastasia.
Con Ann Anderson moría el sueño de la supervivencia de
Anastasia Romanov, la bella hija de una familia condenada al olvido por los
bolcheviques.
[1]
No hay que olvidar que la zarina Alejandra era alemana y que Nicolás y
Guillermo II de Prusia eran primos.
[2]
A menudo se piensa que los crímenes en la URSS fueron cometidos únicamente
durante el gobierno de Stalin, sin embargo, las ejecuciones masivas y el gulag,
llevado por Stalin al extremo, ya habían comenzado en el momento mismo de la
toma del poder por los bolcheviques. A mediados de los años ochenta, ya
iniciado el proceso de apertura, un periodista le preguntó a Molotov cuán
terrible era Stalin en comparación con Lenin. Molotov respondió: “Comparado con
Lenin, Stalin era un corderito”.
[3]
Para desconcierto y desesperación de las autoridades bolcheviques que, como es
evidente, persiguieron cualquier pista sobre la supervivencia de algún miembro
de la familia real.
Desde "Junto al Tíber" (http://juntoaltiber.blogspot.com) queremos felicitaros por vuestro gran trabajo y constancia en presentarnos esas historias privadas que marcaron el devenir histórico.
ResponderEliminarEsperamos que continueis con este gran trabajo!
Un abrazo!