La coronación de Isabel II, 1843 |
Al ser declarada su mayoría de edad, Isabel pasaba legalmente
de niña a mujer, pero la realidad distaba mucho de ser así. Con apenas trece
años y un mes había quedado a su cargo la dirección de un país y la difícil
tarea de conciliar a progresistas y moderados y crear así una etapa de calma
tan necesaria para España, pero que sin embargo no llegó a producirse.
No se puede decir de ella que no pusiera empeño y la mejor
de las voluntades, pero su condición hizo que desde el principio se intentara
manejar su voluntad, lo que unido a su carácter excesivamente bondadoso hizo el
resto. A menudo se encontraba en conflicto entre lo que realmente quería,
movida por sus impulsos infantiles, y lo que debía hacer, como así la
aconsejaban sus tutores de turno. No hay que olvidar que, aunque su relación
con María Cristina nunca fue buena o al menos como debería ser entre una madre
y una hija, entre otras cosas porque ésta estaba ahora más preocupada por
asegurar un buen futuro para su nueva familia con Fernando Muñoz, Isabel nunca
la desobedeció.
Retrato de Isabel II en su adolescencia |
Son muchos los momentos de excesiva generosidad a lo largo
de su reinado, y muchos también aquellos en que Isabel se verá abrumada por
continuas peticiones contradictorias a las que no será capaz de enfrentarse e
imponerse por ser demasiado inocente o débil.
Uno de los episodios más sonados –y menos claros también– en
este sentido es el ocurrido el 28 de noviembre de 1843 y que tiene como
protagonista a Salustiano Olózaga, un hombre ambicioso y vanidoso que conocía
bien a la Reina de su época como ayo.
Presidente del gobierno desde el día 20 de ese mismo mes, al
ver insatisfechas sus peticiones a las Cortes de mayoría moderada, intenta
hacer valer su cargo y disolverlas. Para ello se presenta ante Isabel con tres
decretos: los dos primeros eran condecoraciones, la primera para Luis Viardot,
traductor francés del Quijote y la
segunda para Morejón, magistrado liberal perseguido por Fernando VII en 1823.
El tercer documento es el decreto de disolución de las Cortes, que la Reina
acaba firmando a pesar de que hubiera dudado al principio. Parece ser que todo
se desarrolla de forma cordial y amistosa e incluso Isabel le entrega una caja
de bombones para su hija.
Isabel II, la reina niña |
Pero aquí empiezan la confusión y el juego de versiones. Para
la mayoría, Isabel se había resistido al principio a aceptar una decisión tan
drástica, pero habría firmado al asegurarle Olózaga que sólo era una medida de
precaución, para ser utilizada más adelante cuando hiciera falta y mientras le
decía esto, le señalaba el lugar de la firma… o le guiaba la mano. Pero Isabel
firmaba.
La Reina, inmersa en su inocencia, no se preocupa de lo que
acaba de hacer hasta que la marquesa de Santa Cruz, de nuevo en su papel de
aya, le pregunta –disimuladamente y bien aleccionada por los moderados– qué es
lo que ha firmado, a lo que Isabel contesta distraidamente que un decreto para
la disolución de las Cortes. Los moderados, que pensaban encontrarse con la
dimisión de Serrano, ministro de Guerra, tropezaron con una sorpresa mayor.
Rápidamente, Narváez y los demás prepararon una nueva
versión de los hechos: Olózaga habría ido a ver a Isabel y le habría presentado
los decretos a firmar, a lo que ella se habría negado. Sería entonces cuando el
hábil político habría cerrado la puerta de la habitación con llave –cosa
difícil pues tal puerta no tenía cerrojo–, la habría obligado a sentarse
cogiéndola del vestido y tomándole la mano habría obligado a la niña a firmar.
Isabel II |
Cuando Olózaga había compartido con sus allegados su hazaña
y suponiendo que la reacción a su acto no se hará esperar, decide ir a Palacio
y se encuentra con que su cargo es ocupado ahora por González Bravo, al tiempo
que se le entrega un comunicado con su cese por orden de la Reina. Días
después, y aunque se le había librado de la culpa, marchó al exilio, con un
profundo odio hacia Isabel y esperando venganza.
Este conflicto causado por la inocencia de una niña y la
malicia de un hábil político podría haberse resuelto de otro modo, atendiendo a
la verdad, pero lo que se buscaba era
desprestigiar a Olózaga e inhabilitarlo para el ejercicio de la política. Los
moderados habían conseguido quitar de en medio a dos de las figuras más
importantes de su oposición, pero en el camino habían comprometido al Trono.
Al mismo tiempo, María Cristina estaba preparándolo todo
para su vuelta, con un objetivo: casar a sus hijas.
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