Atentado en la calle del Turco |
La huida de Isabel II después del triunfo de la revolución
septembrina, llamada “la gloriosa”, generó un vacío de poder en el país que fue
pronto aprovechado por las diferentes facciones políticas para aupar a su
candidato al poder. Persuadidos por Prim, el 26 de noviembre de 1870, los
diputados españoles elegían, con 191 votos a favor, a Amadeo de Saboya, de la
casa de Aosta, como nuevo monarca de España.
Aunque acababa de granjearse un buen número de enemigos,
Prim se encontraba en el momento álgido de su carrera. Era Presidente del
Gobierno y pronto el país tendría un nuevo soberano en la figura de su elegido.
Junto al nuevo monarca, iniciaría una serie de reformas que conducirían a
España por la senda de la modernidad, instalando un sistema político completamente
diferente al que había imperado hasta entonces.
El día 27 de diciembre transcurrió como otro cualquiera en
Madrid. En el Congreso, Prim y sus partidarios perfilaban los últimos detalles
para recibir al nuevo rey y formar un nuevo gobierno.
El frío era intenso en aquel invierno de 1870, así que se
habían instalado unos hornillos en el Congreso de los Diputados con el fin
caldear el antiguo edificio. Una vez terminada la sesión (sobre las seis de la
tarde) Prim se acercó a uno de esos braseros donde estaban calentándose un
grupo de diputados y uno de éstos le dijo: general
elija otro camino para volver hoy a casa. Su vida podría correr peligro. El
general sonrió, desatendió el consejo y salió para poner rumbo a su residencia.
Desde luego, no era la primera vez que se dirigían a Prim en estos términos, y
él se había acostumbrado a lidiar con estas amenazas.
Moya |
Las calles de Madrid estaban desiertas, ya que nevaba con fuerza. Por eso el cochero de Prim se extrañó de que, en la calle
del Turco, dos berlinas cruzadas en la calzada, le cortasen el paso. Sin tiempo
a reaccionar, de entre las sombras de las aceras salieron varios hombres armados.
El coronel Moya, descorrió la cortinilla de una de las ventanillas y comprendió
de inmediato la situación, exclamando: ¡General, abren fuego sobre nosotros! Los
asaltantes apuntaron y abrieron fuego contra el carruaje que transportaba a
Prim. Uno de ellos introdujo su trabuco por la ventanilla y apuntó hacia el
Presidente, que fue salvado por la acción heroica de su otro ayudante, Nandín,
quien interpuso su brazo ante el arma recibiendo la descarga de perdigones. Pese
a ello, los asaltantes consiguieron herir al general en el hombro izquierdo y
en la mano derecha.
Nandín |
Finalmente, el cochero logró reaccionar y azuzando con el
látigo a los caballos, logró que éstos salvaran el obstáculo, con lo que
salieron a toda velocidad hacia la calle de Alcalá.
En principio, todo hacía ver que el atentado no revestía
gravedad para la vida del general. Cuando el coche llegó al Palacio de Buenavista, Prim bajó por su propio pie, aunque dejando tras de sí un reguero
de sangre. Hasta bien entrada la noche, los médicos trabajaron sobre el cuerpo
de Prim, extrayéndole siete perdigones del hombro izquierdo y amputándole un
dedo de la mano afectada. El caso es que, al día siguiente, los periódicos
coincidían en afirmar que Prim había salvado la vida y que se estaba
recuperando para recibir a Amadeo I. Por lo que respecta al ayudante de Prim,
fue atendido esa misma noche de las graves heridas sufridas en el brazo y,
aunque no tuvieron que amputarle, los médicos le advirtieron que quedaría lisiado
de por vida.
Por su puesto, los rumores acerca de los presuntos culpables
no tardaron en circular por las calles de Madrid. En la rumorología se acusaba
a los republicanos, al Duque de Montpensier, a los carlistas…
Huellas dejadas en el carruaje por los trabucos |
Todo parece indicar que tras el atentado se encontraba José Paúl y Angulo, un oscuro personaje que había apoyado a Prim en 1868 y que
después se había convertido en su más acérrimo enemigo al defender la proclamación
cuanto antes de la República oponiéndose al reinado de Amadeo I. Junto al resto
de los conjurados, huyó al extranjero, donde todos ellos murieron en extrañas
circunstancias víctimas de accidentes o mediante suicidio. Lo que no ha quedado
dilucidado es quién estaba detrás, como ideólogo, del atentado, pues se sabe
que Paúl y Angulo y sus secuaces no pudieron actuar solos.
Tres días después del atentado, el general muere en su
Palacio de Buenavista. Lo último que acertó a decir fue preguntar el día que
era. Cuando le respondieron que era 30 de diciembre (el día que Amadeo debía
llegar a España), simplemente se limitó a afirmar: el rey llega, y yo me muero. ¡Viva el Rey!
Amadeo I consolando a Francisca Agüero, viuda de Prim |
Tras desembarcar en Cartagena, el nuevo rey acudió presto a
Madrid, donde trató de consolar a la viuda de Prim y donde organizó un funeral
de estado. La muerte de su protector, colocaba al nuevo monarca ante la
tesitura de tener que formar un gobierno sin conocer la situación interna del
país y sin contar con la figura de un personaje de prestigio que le ayudara en
la gobernación. Sólo dos años después, el rey abdicaba. El sueño de Prim de
instaurar un nuevo sistema político bajo la égida de un rey liberal quedaba
truncado.
Amadeo I velando el cadáver de Juan Pim |
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