jueves, 5 de diciembre de 2013

Isabel II: la educación de una reina


Isabel II, estudiando geografía.

La educación que recibieron tanto la princesa Isabel como su hermana Luisa Fernanda fue bastante deficiente, sobre todo si se tiene en cuenta la importancia y magnitud del cargo que tendría que desempeñar, al menos la primera.

Conocemos quiénes se hicieron cargo de su enseñanza y cómo transcurría su día a día,  entre otros testimonios, por las memorias de la condesa de Espoz y Mina.

Agustín de Argüelles,
preceptor de Isabel
En un primer momento el puesto de camarera mayor lo ocupó la marquesa de Santa Cruz, papel que abandona al llegar Espartero a la Regencia por no ser de su partido y que más adelante retomará. En ese momento, la condesa de Espoz y Mina, hasta ahora aya de la princesa, reúne en su persona ambos cargos. Su tutor fue Agustín de Argüelles y Manuel José Quintana, su preceptor. Vicente Ventosa (y luego Ventura de la Vega) se encargó de enseñarle letras y nociones elementales y su mujer, María Brochot, francés y labores. También contaba con un profesor de canto, Francisco Valldemosa, y otro de piano, Alberto Albéniz, además de recibir lecciones de pintura de Bernardo López y de diseño de Clara Brunot. No menos importante será la figura de su ayo, Salustiano Olózaga, como se verá más adelante.


A pesar de este nutrido grupo, sus lecciones no parece que llegaran a Isabel, entre otras cosas, porque incluso los docentes se hallaban inmersos en el juego de camarillas palaciegas. La niña, como tal, será víctima de estos personajes que moldearán, o más bien deformarán, su carácter aprovechando su naturaleza bondadosa y compasiva (lo que le acarreará problemas a lo largo de su vida).

Manuel José Quintana,
preceptor de Isabel
Otro de los motivos por los que la educación de las niñas fue imperfecta reside en que el método utilizado resultaba inadecuado. Como la propia condesa de Espoz y Mina apuntaba, el método (…) era sólo a propósito para niñas de menos años que los que contaba la reina. Por si fuera poco, antes de encargarse de las lecciones, la princesa y la infanta debían arreglarse, desayunar y acudir a misa, con lo que les quedaba poco tiempo hasta la hora de comer.

Era aquí donde se planteaban de nuevo los problemas. Isabel era una niña tranquila, regordeta y con tendencia a la obesidad, algo que se acentuará con los años, pero sobre todo consentida a la hora de saciar su apetito: le encantaban los dulces, el cocido de garbanzos, el arroz con pollo y la tortilla de patatas. Por este motivo, ya desde pequeña los médicos le impusieron un régimen aunque rara vez lo seguía. A esto había que añadir su delicado estado de salud por el herpes que la acompañaría periódicamente y por el que tendría que tomar baños para eliminar las asperezas.

Después se entretendría jugando con su hermana y los catorce perros de Palacio o dando un paseo por el Retiro, para dedicar algo de tiempo en la tarde, no demasiado, a una nueva lección, para cenar luego y acostarse temprano.

La infanta Luisa Fernanda,
 estudiando música.
El resultado es de sobra conocido: si bien sabían leer y escribir, la caligrafía no era cuidada, sobre todo la de Isabel, y tampoco se hallaba muy familiarizada con la ortografía (cuentan que siendo ya reina se entretenía escribiendo en una cuartilla con sus invitados, ganando el que más faltas de ortografía cometiera), además nunca llegó a dominar el francés ni hablado ni escrito a pesar de su larga estancia en aquel país. En cuanto a lo demás, la aritmética no fue nunca su punto fuerte y el piano sufría sólo de verla entrar en la estancia, aunque presentaba buena disposición para el canto y en su madurez mostró gran interés por las artes.

Sin embargo, no todo iban a ser buenos y despreocupados ratos en la vida de Isabel.  El 7 de octubre de 1841 Diego de León y Dámaso Fulgosio intentaron secuestrar a Isabel. Estaba finalizando la tarde cuando en Palacio se escucharon ruidos de disparos y cristales rotos. La condesa de Espoz y Mina con las demás doncellas y camaristas de la princesa y la infanta consiguieron esconder a las niñas en un lugar seguro hasta que hubo terminado el peligro. Al amanecer, después de que Espartero explicó a Isabel lo sucedido, salieron ambos al balcón para ver el desfile de las tropas y la Milicia Nacional.

Si bien las causas nunca estuvieron del todo claras, la rumorología siempre atribuyó la responsabilidad de este incidente a la reina María Cristina, que desde París y ayudada por la Sociedad Militar, dirigida por Narváez y O’Donnell, intentaría arrebatar a Isabel de la tutela de Espartero.

La venganza de María Cristina, que tenía muy presente cómo Espartero la había desplazado de la Regencia, se había consumado. La situación en que estaba el país era confusa, más después de que Espartero perdiera las elecciones y del levantamiento de Narváez y compañía en mayo de 1843.


Isabel II, mayor de edad
En julio se había nombrado un gobierno provisional presidido por Joaquín María López, que sería sustituido por Olózaga, aunque éste sólo duraría un mes en el cargo. Los progresistas, con López al frente, pretendían alejarse de Espartero uniéndose a los moderados para seguir en el gobierno, una tarea difícil teniendo en cuenta que los moderados tenían sus propios planes. En diciembre González Bravo formaba un gobierno moderado que aún guardaba las formas en lo referente a la coalición con los progresistas, pero que era de nuevo una solución temporal que preparaba la definitiva subida de Narváez y los moderados al poder.

Así las cosas,  el 8 de noviembre de 1843 Isabel fue declarada mayor de edad y días después juraba la Constitución ante el Senado. Era la solución preferida tanto por progresistas como por moderados ya que ninguno estaba dispuesto a mantener la Regencia de Espartero y mucho menos permitir la vuelta de María Cristina, por mucho que ella intentase intervenir en la política española, y además, contaban con poder manejar a la Reina niña, tan inexperta en los temas de gobierno y tan dada a complacer a los demás.


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