1919: la Europa diseñada en Versalles
Tras el final de la Primera Guerra Mundial, las condiciones que las potencias vencedoras impusieron a Alemania fueron consideradas por los alemanes como una "puñalada por la espalda". Las reducciones drásticas en cuanto al armamento que debía tener Alemania, así como las sanciones económicas, contribuyeron a lastrar el desarrollo de la recién nacida democracia de Weimar.
Este fue el caldo de cultivo ideal para una nueva ideología, el fascismo. Se trataba de una ideología ultranacionalista que basaba sus postulados en la construcción de un estado totalitario, con un fuerte ejército que permitiese la creación de un imperio que garantizase las materias primas para sustentar a la población nacional. En el caso italiano, las aspiraciones imperiales del Duce estuvieron encaminadas a la recuperación del perdido poderío del Imperio Romano.
Cuando, en 1933, Hitler llega al poder en Alemania, un ímpetu militarista recorre todo el país. Los nazis denuncian el Tratado de Versalles y comienzan un programa de rearme que les situará en la vanguardia de las potencias continentales europeas.
A partir de entonces, la escalada de las amenazas nazis va en aumento: en 1935, Alemania abandona la Sociedad de Naciones; en 1936 se reinstaura el servicio militar obligatorio y se ocupa militarmente Renania (una franja de territorio comprendida entre el Rin y la frontera Francia); ese mismo año, los nuevos aviones de la Luftwafen son enviados en auxilio de los militares sublevados en España, creando así una de las unidades militares más célebres de la Historia, la Legión Cóndor; dos años después, en 1938, se produce el Anschluss, y en octubre se anexionan también los Sudetes. Con ello, Hitler consigue revertir todas las perdidas territoriales sufridas como consecuencia del Tratado de Versalles.
Sin embargo, la situación no es comparable a la de 1914. Ahora, Alemania posee un ejército moderno (cuyas mejores unidades se han curtido en los campos de batalla españoles), respaldado por una ideología totalitaria y expansionista, y sin ningún contrapunto a su poder en el continente.
Todo parecía conducir al estallido de un nuevo conflicto. Por eso las democracias occidentales no se sorprendieron cuando, en septiembre de 1939, las tropas de la Wertmacht invadieron Polonia. Conscientes de que una posición de debilidad podía conducirles a ser el próximo objetivo del expansionismo alemán, Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania.
Comenzaba la Segunda Guerra Mundial, el conflicto que cambiaría el mundo.
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